Hay días en que las palabras me dejan esperando en una mesa del viejo "Café California" atestada de tazas, ceniceros cuadernos, ausencias Simplemente no llegan a la cita No quieren hacer más que jugar a las escondidas y brincar en los dinteles de las casas más añosas donde viven ancianas rodeadas de gatos siempre reacias a devolver las pelotas que los niños arrojan a sus ante jardines Son como muchachas mirándose en el espejo entre disconformes y extasiadas que luego salen corriendo para trepar árboles que nadie ha plantado Todo invita a permanecer en esa ambigua pulcritud del silencio y la distancia
donde los acróbatas tristes guardamos nuestros testamentos
Parece que hoy voy a necesitar un pañuelo que tenga más de cuatro esquinas para llorar y llorarme para llorar y llorarte
"La niña que miraba al infinito", Nicoletta, España
Una niña aun más triste que yo me llama desde la otra orilla de su silencio para hacerme pasar, sin hacer ruido a las deshabitadas casas de la noche Me siento junto a ella a esperar que su intacta cabellera vuelva a inaugurar mis manos Yo voy de inmediato no importa cuán lejos me encuentre porque ella es un sueño que el rocío dejó olvidado en mis ojos
Esa resaca sin mar con sus antes y sus después con su crueldad de niño y guijarro con su mala costumbre de robarnos el estar con su impecable victoria sobre la muerte con sus viceversas escritos en las sábanas es más cierta que cualquier confesión Ellos se dejan llevar por otro ser que es más que la suma de todos los seres Se destripan se niegan se inician se terminan se hacen Están condenados a morirse el uno al otro Están condenados a vivirse el uno al otro